Territorio Civale

escritora, periodista, nómade

Revisitando los sesenta

Obras, proyectos, documentos, libros y fotografías reconstruyen un período de intercambios decisivos para el imaginario visual de la época, en la que muchos artistas argentinos viajaron a Nueva York mientras Buenos Aires también recibía a curadores y artistas.

Jorge de la Vega. At the Beach, 1967

Acaba de inaugurarse en la Fundación Proa, Imán: New York, una muestra curada por Rodrigo Alonso que desde hace años viene estudiando a los artistas visuales que crearon en su juventud “en plenos 60- en Buenos Aires, ésos que lograron mostrarlo en New York por la legitimidad de su talento, no por cuota de artista latino o argentino. Cada uno de ellos, hizo un camino propio que le dio un lugar particular en la escena visual newyorkina.

‘Imán’ alude a Magnet: New York, la muestra que hizo leyenda en 1964 y que se realizó en la Galería Bonino de la Gran Manzana.

Alonso propone una mirada que va más allá de lo que la historia cuela de esa década: la vivencia del arte performático, más concretamente el happening, como único suceso de ruptura a destacar de esos años gloriosos. La lectura que sugiere Alonso invita a mirar desde otro lugar y observar la importancia de las instituciones “el Instituto Di Tella, el MoMa de New York, la Bienal Americana y la Beca Guggenheim- en el camino de los artistas argentinos a New York. Esta perspectiva novedosa nos lleva a un viaje que recorre el abstraccionismo lírico pasando por el geométrico y que luego desembarca en el arte tecnológico y conceptual.

La muestra inaugurada el sábado contó con la presencia de varios de los 32 artistas invitados, la mayoría pasando sus lúcidos 70. Entre ellos se vio conmovidos y joviales a Nicolás García Uriburu, con la misma expresión con la que posa con Andy Warhol en La Fábrica en una de las fotos del catálogo; pero ahora lo vemos con su melena más raída y totalmente blanca. Su pinturas que pintan verde tanto un pene como el Río Hudson son las elegidas para narrar el impacto de New York sobre su pintura y sobre su concepción del mundo. García Uriburu fue el primer artista visual que puso en su ojo una mirada ecológica y aún hoy esos verdes fulminantes en zonas estratégicas del cuerpo o de la ciudad mantienen su impacto.

También fue de la partida, la estupenda Marta Minujín que, tras sus eternas gafas de sol Rayban, escudaba un video en el que ella misma narra sus aventuras en New York y cómo las trasladó a Buenos Aires, concretamente al Instituto Di Tella, al que literalmente revolucionó con su histórica Menesunda a la cual, por primera vez, el público asistió en masa haciendo colas de más de ocho cuadras y muchas horas. Todos querían ser parte de ese evento de arte efímero e interactuar con él. Paradójicamente lo más pionero fue lo más popular y también lo más mediático.

El diseñador Eduardo Costa se paseaba con su copa de malbec entre los invitados, contestando preguntas sobre su obra, especialmente sus joyas de diseño que hicieron furor en New York y que fueron fotografiadas por Richard Avedon para la revista Vogue, colgadas en el cuerpo de la bellísima Marisa Berenson.

En el muro dedicado a la Beca Guggenheim “más bien a los 8 artistas que durante los 60 la ganaron y fueron raudos a New York- se destaca la frescura de la carta escrita por Federico Peralta Ramos a los directivos de la fundación. Allí explica cómo la usó: con el adelanto invitó a 25 amigos a una cena en el Alvear y luego a bailar a la disco Afrika, con el resto se compró tres trajes y como la beca le había sido otorgada en pintura, cuenta que ‘realizó diversas acciones en ese sentido’ que consistieron en comprarle un cuadro de Josefina Robirosa a su madre, uno de Riera a su padre y otro para él. Y con eso liquida el dinero de la beca. Se convirtió en muy famoso su comentario que cabalgaba entre la realidad y el mito: ‘Leonardo pintó una cena, yo la hice’. Esta carta, lo deja todo muy claro y derrumba la versión mítica.

Las acciones visuales del Grupo Frontera por el cual, cámara en mano, se salía a la calle y se atropellaba a los transeúntes con 65 preguntas a boca de jarro (¿Se considera una persona convencional?, ¿Para qué se viste?, ¿Cómo se siente?) se reproducen ahora en un rincón de una de las salas de la muestra a través de un grupo de jóvenes que interrumpen el recorrido de los visitantes y realizan las mismas preguntas que cincuenta años atrás. Las respuestas actuales se reproducen en un muro con dos televisores en la sala contigua y se unen a la parte conceptual de la muestra.

Allí también se plantan las obras de Alejandro Puente “estructuras en madera-, totalmente reconstruidas para la ocasión ya que las originales se perdieron, y las de José Antonio Fernández, una serie de figuras en acero que giran como pequeñas astas de un remolino, por la pulsión del mismo aire sin que ningún motor las impulse. Ambos también asistieron a la inauguración y formaron parte de esa generación que dijo presente en Proa esa tarde de sábado soleado y frío. Un grupo de señores y señoras mayores que se mostraron conmovidos por lo que Alonso diseñó como una relectura necesaria y novedosa de una época y ellos tomaron como homenaje merecido.

No fue necesaria la presencia de Rogelio Polesello para que el muro dedicado a su obra fuese admirado por los primeros visitantes, por la vigencia y vanguardia de su mirada; lo mismo sucedió con la sala dedicada a David Lamelas, donde un grueso haz de luz es todo lo que hay que ver o palpitar: para meterse dentro y sentirse especial o mirarlo con la fascinación que produce su perfecta simpleza.

Así como la muestra, en su recorrido, respeta las transiciones del arte “lo ya apuntado de la abstracción al conceptualismo- a la vez propone una subtrama: la de los artistas que se fueron y volvieron y la de los artistas que se marcharon para no volver. Y curiosamente podría sintetizarse esa actitud en dos mujeres que marcaron aquella época pero que todavía tienen mucho para decir. De este lado de la frontera, Marta Minujín; más allá de ella, Liliana Porter. Dos potencias femeninas que irrumpieron en los locos 60, modificaron la visión del arte para siempre, y hoy “mujeres mayores, con familias y larga trayectoria- siguen creando, sorprendiendo, rompiendo muros y cotizando. Sin querer, Alonso nos ofrece una clave en femenino para recorrer esta muestra magnética que les hace decir a estos ilustres mayores creadores ‘quién nos quita lo bailado’.

Publicado en Asterisco, de ElArgentino

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